We caught up with the brilliant and insightful Pablo Cuen a few weeks ago and have shared our conversation below.
Pablo, thanks for taking the time to share your stories with us today Are you happier as a creative? Do you sometimes think about what it would be like to just have a regular job? Can you talk to us about how you think through these emotions?
I think about that every day.
Happiness is a very big word. I don’t think anyone is fully happy. We all have ups and downs, situations when we hit rock bottom. Sometimes the most wonderful things come after being at our lowest points, I can’t say that when I was struggling I was happy- of course not, but maybe I wasn’t at my lowest point either, because I found the strength to stand again. If I was able to see some light, maybe I can call that happiness, that little spark that made me say: “I can.” I don’t know what it is or where it comes from, but it definitely is connected to my creative soul. I don’t think I would’ve found that light without art: music, photography. theater, dance, sculpture, movies.
When it comes to jobs, as creatives we are jumping from job to job, sometimes we are lucky enough to find a job in the arts or creative fields. With that in mind, we need to constantly find balance between jobs, schedules and timelines. It’s a very active way of living, and embracing uncertainly is necessary to find adventure and new projects. There will always be those “what if” moments, and sometimes we have to make decisions between uncertainty and stability and be strong enough to embrace the outcome. Understanding that we have the last word, brings me some comfort. And maybe a little happiness.
As always, we appreciate you sharing your insights and we’ve got a few more questions for you, but before we get to all of that can you take a minute to introduce yourself and give our readers some of your back background and context?
My name is Pablo Cuen I’m a Los Angeles-based actor and artist known for my surrealist paintings that delve into themes of identity, displacement, and the human experience. The work often features dreamlike imagery and a melancholic atmosphere, inviting viewers into introspective and mysterious realms.
I was born in Mexico but I’ve lived in different countries like Spain and the USA, from those places I’ve learn and grow and always tried to connect with more creatives.
In 2024, I sought community support to fund an exhibition of my surrealist artwork in East Hollywood, aiming to showcase my talent to a broader audience. With the immense support of curator Kate Kiley. At the Eastwood Performance Art Center.
Beyond my visual art, I have been involved in the performing arts. In 2022, I participated in the art exhibition “TIES,” which aimed to strengthen connections within the LGBTQI and POC communities and their allies.
Additionally, in 2020, I graduated from the Stella Adler Art of Acting Studio with the play “The Landscape of the Body” John Guare and was cast as Benny Gonzalez in Pomona College’s production of “The Last, Best Small Town” by John Guerra.
I’ve also written short stories, plays, novels and screen plays. Some of my short stories have been turned into award winning short films like “Veintiquatro” directed y Dr. Eguiluz and “Damaged Goods” also by the same director.
On paper I am only an actor, if that’s what people care about. But my literary and artistic work is vast and I would like to share it through this interview.
Most of my writing work is in Spanish, here’s an example, working on translating them to English, but since we are here to bond with different type of communities: Here’s to my Spanish readers. This short story is called “A conveniencia del corazón” (At the Convenience of the Heart) and will be part of my short story collection by the same tittle.
“A conveniencia del corazón”
Mi madre lloró durante meses. Supongo; no era de esas mujeres que lloraban en público. Nadie dijo nada. El camino de regreso del hospital fue en silencio. Entendí. Se mencionó al padre Abel, el que me bautizó. No tardamos mucho en llegar a casa, mi madre bajó sin decir una palabra y se refugió en cama, mi padre me dio una palmadita en el hombro y fue tras ella.
No sé qué fue lo que hablaron esa noche. Me enteré a la mañana siguiente. Mi padre se iría de la casa, fue la primera vez que escuché la palabra: divorcio. Durante días, mi madre no me miró, parecía que le molestaba mi presencia.
Fui llevado a la casa de mis abuelos, donde me adaptaron una pequeña cama en la biblioteca. Tal vez era para evitar el trauma de ver cómo sacaban de la casa las cosas de mi padre. No lo sé. Cuando volví, todo era diferente. La casa se cubrió de polvillo, de ese que se dibuja con la luz de las seis de la tarde a través de las ventanas, justo cuando el sol desciende; cuando hay tiempo para detenerse y pensar en el polvo.
Por aquellos años mi padre acostumbraba llevarnos de cacería a mi hermano Quique y a mí. Aseguraba, muy a pesar de la opinión de mi madre, que la caza nos haría hombres: las armas, la caza, los autos y el fútbol eran cosas de hombres y mi padre se empeñaba en hacernos saber todo acerca de esos temas, ignorando muchas veces, el aburrimiento que me provocaba. Papá mostraba un total desconocimiento por todas las demás áreas de la vida del ser humano. No se nos inculcó la delicadeza ni el aprecio por las artes. ¡Esas son cosas para gente rica! Decía papá.
Yo cursaba el primer año de la escuela primaria y Quique el quinto. Según mi padre, en un par de años más estaríamos listos para trabajar, cosa que a mi madre le ponía los nervios a flor de piel; quería evitar que creciéramos a toda costa, o así parecía. Lo notábamos por los múltiples apodos que nos ponía. Cada uno más vergonzoso que el anterior. Se oponía a los fines de semana de cacería. Después de mucho discutir con mi padre, cedía y solamente nos suplicaba tener mucho cuidado con las serpientes, los insectos y por supuesto con las escopetas.
– ¡Van conmigo, Ana! No seas sobreprotectora –vociferaba papá al ver cómo nos cubría de besos y marcaba insistentemente la señal de la cruz. Supongo que eso era normal en los pueblos como aquel. Todos mostraban ferviente pasión por Cristo.
Teníamos que salir de casa a las cinco de la mañana o incluso antes, para estar en el lugar de caza al momento de la salida del sol. Mi padre nos forraba con las chaquetas de camuflaje y las gorras con manchas verdes en diferentes tonos. Todas esas prendas olían muy mal y dentro de las bolsas había plumas de la cacería anterior. Debo aceptar que me emocionaba la idea de salir de paseo. Siempre es emocionante salir a carretera.
El frío era insoportable a esa hora de la madrugada. La camioneta iba cargada con escopetas, cajas de municiones, cobijas, hieleras repletas con cervezas, gaseosas para nosotros y a un lado la transportadora con Roña y Toto, los perros de la familia.
Quique siempre ocupaba el lugar del copiloto. A mí me asignaban atrás; en caso de algún accidente era riesgoso que fuera al frente. Al llegar al campo de tiro, bajábamos de la camioneta y soltábamos a los perros, que inmediatamente comenzaban a olfatear el suelo.
La idea de matar a un pobre pato me revolvía las tripas. No me quejaba, era lo que se tenía que hacer. Suponía que todos los niños de mi edad realizaban actividades similares con sus padres. No se daban explicaciones sobre la crianza. A los niños solo se les ordenaba. Así tenía que ser.
– ¡Daniel! Camina rápido que se van los patos –me gritaba Quique al ver que me rezagaba.
Mi padre se alegraba al escuchar a Quique darme órdenes; palmeaba su espalda y sonreía orgullosamente a su primogénito. Esas reacciones de mi padre ponían a mi hermano de un humor exageradamente alegre, incluso a veces forzado. Celebraban todas y cada una de las bromas que el otro hacía, algunas demasiado bobas. Una camaradería que me resultaba molesta. Generalmente mi padre terminaba ebrio y disparaba a cuando animal se le cruzara por su camino: pato, paloma, garza, conejo, lo que fuera; luego apilaba latas y nos obligaba a mi hermano y a mí a derribar la torre. Como Quique era mayor, podría sostener el arma solo, yo tenía que recargarme en mi padre para que el impacto de la escopeta no me tirara al suelo. Para papá era divertido verme tambalear.
-… Y cuando tengas firme el arma, tiras – El sonido de la escopeta produjo un eco tremendo. Aves volaron por los aires y mi padre aprovechó para practicar su puntería. Uno, dos, tres tiros. Caían los casquillos al suelo. Toto volvía con las aves, una a una las apilaba a los pies de papá. Yo permanecía un momento inmóvil, viendo todo aquello, sintiendo un dolor punzante en el hombro.
A las doce del día, preparábamos la camioneta para ir de vuelta a casa. Los perros estaban cansados y la parte trasera iba ahora repleta de aves muertas justo al lado de donde tendría que ir sentado.
Quique quería quedarse más tiempo, propuso ir a orillas del lago a jugar con los guijarros para hacerlos saltar sobre el agua. A mi padre le pareció una idea fantástica. Todo lo que saliera de la cabeza de mi hermano era para mi papá como un elogio hacia su persona. Cada que Quique salía con alguna ocurrencia, yo escuchaba: ¡Ese es mi hijo! ¡Esa sí que es una buena idea! Llegué a la conclusión de que los padres quieren más a un hijo que a otro, es normal. No siempre es el mayor, a veces el mayor es fruto de las hormonas de la juventud y cuando por fin los padres aprenden a quererse o por lo menos a soportar la idea de vivir juntos, pueden pensar en tener otro hijo al que le dan todo lo que al primero no. Todo eso era muy confuso para mí en ese momento.
Sabía algunas historias familiares de compañeros de la escuela. Familias muy extrañas. Había una chica llamada Irene, me gustaba, era regordeta pero muy agradable, me contó, en una ocasión, que ella vivía con su abuela. Dijo que se había tomado esa decisión porque su madre fumaba demasiado y llevaba hombres a la casa, cosa que irritaba a Irene, sobre todo por las noches, al escuchar a su madre hacer ruidos extraños con esos sujetos. ¡Debe ser horrible! Le decía. Ella aseguraba que sí, que lo era, que había sido un alivio el que su abuela la hubiera recibido como a su propia hija.
-Mi abuela me dijo que al recibirme como su hija estaría salvando la vida eterna de mi madre -. Claramente repetía palabra por palabra lo que escuchaba de su abuela. A mí me parecía que después de todo, mi familia no podría ser tan mala. Por lo menos no llegaba los lunes oliendo a cigarro y con cansancio visible a la escuela. Así llegaba Irene los lunes, después de pasar el fin de semana con su madre. Órdenes del juez.
Después de mis fallidos intentos por hacer saltar las rocas, mi padre aprovechó para decirme la mucha fuerza y avidez que me hacía falta para enfrentarme a los problemas. Que lo notaba por la forma en que tomaba la escopeta. Quique aprovechó para derribar más patos. Uno de ellos quedó vivo. Toto lo llevó a los pies de mi padre y él lo echó a su bolsa, junto a los demás. Al llegar a la camioneta sacó todas las aves del chaleco de cacería y pude ver al que quedó vivo.
-Tengo que aprovechar para orinar antes de regresar. Vayan ustedes también a un arbolito, si lo necesitan.
Era mi oportunidad, mi padre se alejaría un momento de la camioneta; podría tener el tiempo suficiente para separar al pato vivo del resto y llegando a casa esconderlo de alguna forma para curarlo y que regrese a volar. Lo coloqué debajo de mi asiento, cubierto con una franela roja que mi padre usaba para limpiar el coche. Escuché que seguía graznando, menos que cuando volaba seguramente, pero lo hacía.
Quique y mi padre volvieron de sus respectivos árboles y emprendimos el viaje de regreso a casa. Mi corazón latía con fuerza cada vez que un pato se movía o hacía un sonido. Quique narraba los sucesos del día. Tenían esa extraña costumbre: hablar de lo que acaba de ocurrir. Como si ni mi padre ni yo hubiéramos estado ahí con él. Momentos después, pasando una gran meseta, mi padre detuvo el coche en un abastecimiento de combustible.
– ¿Quieres algo de la tienda, Quique? – ante la negativa de mi hermano, volteaba hacia mí – ¿Y tú?
-Nada.
El pato graznó.
– ¿Quedó uno vivo? –preguntó Quique. Mi padre se alejaba en dirección al baño.
-No creo.
-Sí, escuché un graznido –comenzó a buscar. Abrió la parte trasera.
El pato graznó de nuevo y salió del refugio donde lo había colocado.
-Solo tiene lastimada el ala, Quique. Quiero curarlo.
– ¡No! Mira: a estos que quedan más o menos vivo se les hace así…para que no sufran tanto.
Lo tomó con sus manos de la cabeza y como si se tratara de un trapo lo zarandeó una y otra vez hasta que le rompió el cuello. Murió al instante. ¡Con qué facilidad suprimió una vida de este mundo! Mi padre volvió del sanitario. Mi hermano siguió con su narración y se encargó de cubrir la muerte del pato, mi padre celebró.
La temporada siguiente regresamos a la zona de caza, yo tenía un año más encima. Esa vez no me tiró la escopeta, aunque el impacto me seguía causando dolor en el hombro. Pude incluso hacer a un lado el recuerdo del pato y derribar a unos cuantos por mi cuenta. No intenté romperle el cuello a los que quedaban vivos, los dejaba así. Quique me decía que si no los mataba se ahogarían de todas formas con el peso de los demás. No podrían interesarme menos sus sugerencias.
-Siempre has de tener esa cara, ¿verdad? –preguntaba mi padre.
– ¿Cuál?
-Escurrida, como si estuvieras a punto de hacer un berrinche.
Supongo que era enojo, pero no dije nada. Me limité a mirar hacia todos lados, como analizando la dirección del viento o cualquiera de esas tonterías.
-Ya se sintió ofendida la señorita –completó Quique.
Apunté la escopeta y tiré a un pato que alzó vuelo, cayó al instante al suelo y Toto fue por él. Esta vez lo dejó a mis pies en lugar de los de papá.
– ¡Acá, Toto! –gritó papá.
Toto se quedó frente a mí. Roña comía un pedazo de pato.
-Yo no sé para qué traemos a esa estúpida perra –dije – No sirve ya para esto.
– ¿Y qué hago, la mato o qué? –dijo papá.
-Matamos a los patos.
-No seas imbécil, no es lo mismo –añadió Quique.
No hay mucho que pueda recordar de mi educación primaria. Uno recuerda y narra esos hechos, en muchas ocasiones, como si fuera el punto de vista de alguien más, completando las historias y justificando los actos una vez que se maduró y se le pudo poner nombre a todas esas cosas que nadie se toma la molestia de explicar a los niños porque seguramente no entienden, no saben, no sienten igual. La maestra Cristina, en una ocasión nos habló de la importancia del respeto a todos los seres vivos, el respeto a la naturaleza, en clase de cívica.
– ¡Eso que te dice tu maestra es porque es una tonta y es mujer, no sabe nada! –dijo mi padre al contarle lo que la maestra había dicho.
Según Cristina, había que respetar a todos los seres vivos de la tierra, ya que tienen una razón de existir. Forman un sistema más preciso que un reloj suizo.
-Las personas creemos que tenemos derecho de decidir sobre el destino de la vida sobre la tierra. Hay muchos interesados en tener el control para decidir sobre la vida. Hay algo que quiero que entiendan, niños: Se usa la misma fuerza para matar a un insecto que a una persona. La intención viene del mismo lugar –. Fue, tal vez, lo más valioso que aprendí en la escuela primaria, y lo único que recuerdo con claridad.
Ese fue el último año que fuimos de cacería.
– ¡Mira, Daniel, desde aquí se ven las torres de la refinería! –dijo Quique, que estaba asomado por el quemacocos de la camioneta, con los pies sobre el asiento.
Recuerdo a mi madre, la cara de mi padre al llegar a casa. Estaba pálido.
-Ana, ocurrió un accidente.
Bajé de la camioneta cubierto de sangre, no era mía. Mi madre culpó a papá, le dijo que ella tenía razón, que ir de cacería era peligroso, que era un borracho, que ardería en el infierno y cosas similares. Fuimos deprisa al hospital, fue inútil. Mi madre esa noche no paró de llorar, no la vi, pero la escuché. El padre Abel sería el encargado de presidir el funeral.
-Mira, Daniel, a veces Dios pone pruebas muy difíciles. Hay que superarlas –fue lo que mi madre me dijo al volver a casa –perdón si no puedo verte mucho, me recuerdas a tu hermano.
Después del funeral, la vida siguió su curso. Recibí varios comentarios de lamento por parte de algunos miembros de la escuela, incluida Irene y alguno de los chicos cuyos nombres no recuerdo.
Una de las últimas veces que visité mi pueblo natal, busqué al padre Abel. La iglesia que le correspondía estaba ubicada en el centro. La avenida principal estaba ahora repleta de negocios de zapatos, farmacias, tiendas de lencería, bares.
-Perona padre, he pecado. Han pasado veinticinco años desde mi última confesión.
– ¿Qué te hace venir hoy?
-La memoria.
No sé si supo que era yo el que estaba detrás de la malla.
– ¿Necesitas paz? Dios puede dar consuelo a todo lo que pesa del pasado. Solo tienes que abrir tu corazón.
Decidí no decir más y salir de ahí cuanto antes. La idea de un corazón abierto hizo que me doliera la cabeza.
El médico que revisó el cuerpo de mi hermano dijo que las municiones lo habían atravesado de la babilla hacia la parte superior del cráneo, por lo que la muerte fue instantánea y no sufrió mayor cosa. Me pregunto si eso calmó el corazón de mis padres.
Todos los recuerdos de la infancia se vuelven un poco nebuloso con el paso del tiempo. Ahora no estoy seguro de cómo sucedió. Los recuerdos cambian a conveniencia del corazón.
Quique no debió de haber dejado la escopeta apuntando hacia arriba a su lado. Ya sabía que nunca se deben de poner hacia arriba, ni apoyar la culata sobre un pie.
Tal vez me apoyé de la escopeta al momento de ponerme de pie para admirar las torres de la refinería. No sé si vi el gatillo, o tal vez sí lo vi y tiré de todas formas.
What’s a lesson you had to unlearn and what’s the backstory?
I had to unlearn the ways other people told me of how life should be lived. Sometimes trying to fulfill someone else’s expectations of yourself can be exhausting and degrading. It can be a treason to who we are. As part of the LGBT community it was very hard for me to imagine myself living a heteronormative life, it was until later in life that a friend made me see that I was living my life to please someone else idea about me, and that I didn’t know who I was anymore. So definitely that’s been a lesson for me, to learn to know myself.
Can you share your view on NFTs? (Note: this is for education/entertainment purposes only, readers should not construe this as advice)
I may be old school, but I prefer physical art. I still buy Cds, I’ver seen tons of music/songs disappear from streaming services and movies that I can’t find in any platform. I know that the entire world is moving toward digital currencies, NFTS and things like that, but I don’t think I’ll jump on that train anytime soon.
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Pablo Cuen